Francia se convirtió, en el invierno pasado, en el centro de la polémica planetaria en que están enzarzados las multinacionales del disco y el cine, de un lado, y los net-activistas de las redes de intercambio gratuito, de otro.
La decisión de Sarkozy de impulsar el proyecto de ley represivo ahora debatido hicieron que saltara a la luz del día una realidad hasta entonces oculta: en una democracia como Francia ya hay robots que están filtrando la red de forma generalizada, robots pilotados por empresas como Advestigo y Qosmos. Ahora, ese experimento técnico-burocrático, auspiciado por las grandes productoras musicales y cinematográficas y las sociedades de gestión de derechos, va a intentar recibir la cobertura legal que le faltaba.
El director de la casa de discos independiente Naïve, Patrick Zelnik, denuncia un “plan absurdo, liberticida y kafkiano”. Jérémie Zimmermann, de la asociación La Quadrature du Net, niega que el Gobierno quiera proteger a los artistas, y denuncia que el objetivo real es “salvar a las grandes multinacionales, con sus ejecutivos y comerciales, que se quedan con el 95% de lo que vale una obra”.
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